Esta es
la historia de un ermitaño que vivía en lo más profundo de la umbría de un
bosque de ensueño y que siempre llevaba, prendido de su cinturón, un manojo de
cascabeles.
Allí había construido su cabaña y en ella
escribía y leía los libros más maravillosos que uno pueda imaginar. Cuando el
cansancio lo vencía, salía y se distraía escuchando el canto de los pájaros, la
melodía del viento agitando las hojas y los sonidos de las demás criaturas que
habitaban allí. En el corazón del bosque se erguía un árbol centenario,
frondoso e imponente, desde cuya copa, en los días más claros, podía
adivinarse, a lo lejos en el horizonte, la orilla de un mar alborotado que el
ermitaño jamás echaría en falta. Con el paso del tiempo, las ramas del árbol centenario
habían crecido fuertes y adoptado caprichosas formas que le permitían trepar
sin esfuerzo a lo más alto de su copa e imaginar que rozaba el cielo con las
yemas de sus dedos mientras los pájaros, al reclamo de sus cascabeles,
revoloteaban a su alrededor y lo deleitaban con una sinfonía que nadie hasta
entonces había escuchado jamás. Y el bosque era un remanso.
Sucedió
que una mañana, fue tan dulce el rumor de los trinos que, recostado sobre una
rama del árbol centenario, el ermitaño cerró los ojos y se aventuró en un
profundo sueño. De pronto, sin previo aviso, una terrible ráfaga de viento
sacudió con furia la calma del bosque, enormes nubes, negras como la noche,
encapotaron el cielo y una cascada de gotas de lluvia helada comenzó a caer
sobre la hierba. Los pájaros, asustados, dejaron de cantar y el silencio
despertó al ermitaño. Aún perdido entre el sueño y la vigilia, intentó
incorporarse cuando una nueva ráfaga de viento le hizo perder el equilibrio y
caer, quedando acurrucado e inmóvil a los pies del árbol centenario. Los
pájaros se arremolinaron a su alrededor y aletearon con todas sus fuerzas
alzando sus trinos contra el viento en un clamor que solo presagiaba muerte. El
árbol, que tantas veces lo había acogido, agitó con furia todas sus ramas e
inclinó su tronco en un desesperado intento de alcanzar su rostro para abrirle
los ojos. Al esfuerzo, un crujido desgarrador recorrió su enorme tronco,
resquebrajándolo en mil heridas de las que comenzó a brotar una savia espesa y
tibia que cubrió de rojo el manto blanco de las campanillas que crecían a su
sombra. Una a una, sus hojas amarillearon y comenzaron a caer cubriendo como
una caricia el cuerpo del hombre en un vano intento de darle calor. Pero el
ermitaño no se movió, ni sonido alguno salió de su boca.
Poco a
poco, el viento fue tornando en brisa, la lluvia dejó de caer, los pájaros
alzaron el vuelo en busca de un lugar lejano donde olvidar, el silencio se
adueñó del bosque y el árbol centenario comenzó a languidecer.
Y así
fue como los encontró la luna llena de abril cuando esa noche, radiante, se
asomó al abrigo del bosque. Aquella luna de primavera, blanca y hermosa,
siempre había estado secretamente enamorada de aquel árbol de belleza
invulnerable, por eso, cuando lo iluminó con su dulce resplandor para rondarlo,
el cielo entero se estremeció con ella y todo el bosque se conmovió
contemplando su duelo.
Por un
momento pareció que el tiempo se detendría en ese instante perpetuando la
herida, pero las lunas llenas de primavera llevan la magia prendida en su luz y
aquella luna de abril enamorada sabía que un árbol centenario no debe morir. Y entre lágrimas, susurró…
“Porque
durante más de cien años has sido mi amante y fiel compañero; porque primavera
tras primavera has hecho de cada noche el sueño que he soñado cada día en dulce
espera; porque sé que bajo tu corteza hay un alma hermosa de madera que aún
palpita… esta noche te ofrezco mi corazón…”
Y en medio de un resplandor que de nuevo
prendió la noche, la luna susurró:
“Le
daré nueva vida y será pájaro, así volverá al arrullo de tus ramas y ningún
viento podrá hacerlo caer.
Haré
que sus trinos suenen como música de cascabel y la primavera y los pájaros
volverán para quedarse.
Pondré
otro pájaro tan fantástico como él en este bosque y será su compañero. Nunca
volverá a estar solo.
Tú
reverdecerás y yo seré tu luna llena de abril y brillaré sobre un bosque de
primavera”.
Y la
magia de la luna enamorada envolvió la noche del bosque…
Desde
aquel día, cada primavera en las noches de luna llena, se puede escuchar en lo
profundo del bosque el batir de las alas de los pájaros cascabel y cuenta la
leyenda que aquel que consiga escuchar sus trinos, siempre llevará en su
corazón la alegría que inspira el sonido de un cascabel porque nunca estará
solo...
:)