Aunque soy de tierra adentro y el invierno no invita demasiado, en estos días pasados he rememorado mucho la casita de la playa de la tía Enrieta...
El azul cian intenso que colmaba siempre la ventana y el aroma sutil de lavanda con el que Enrieta lo envolvía todo...
...aquellas caracolas que nunca éramos capaces de dejar en la arena y que luego aparecían por todas partes como chispitas de mar perenne...
...aquel sofá con alma marinera y despreocupada y la compañía que nunca faltaba...
...el embrujo de aquellas tazas de café con galletas recién horneadas...
Aunque soy de tierra adentro, he añorado el mar hasta dolerme... Qué inmensas llegan a ser las pequeñas cosas cuando se pierden!
Pero qué poderoso también el corazón en la remembranza... bendita esa fuerza que permite lanzar la amargura al mar, dejar que las olas se la lleven y dulcificar el recuerdo...
Es tarde... fuera todo está oscuro, pero ya ha empezado a alargar el día... pronto volverán la primavera y las lavandas...
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